Cuarto de Invitados
Arturo Pérez-Reverte, académico y escritor
“Mi yo está en mi biblioteca, y es cosa mía”
Por Esther Peñas
10/04/2015
Imágenes: Jorge Villa
La Real Academia de la Lengua decide por votación conseguir un ejemplar de la primera edición de ‘L’Encyclopédie’, 28 volúmenes tutelados por D’Alembert y Diderot que se publicaron entre 1751 y 1772. La tarea se la encomiendan a Hermógenes Molina, bibliotecario, y al almirante Pedro Zárate, ambos académicos. Para cumplir el noble encargo tendrán que sortear todo tipo de vicisitudes, desde la actitud de los atorrantes colegas que tratan por todos los medios de evitar que las ideas ilustradas penetren en el país, hasta las contingencias propias que de un viaje como este van surgiendo. El resultado, ‘Hombres buenos’ (Alfaguara), la última novela de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951).
La bondad de estos hombres, entre los que incluye, además de los protagonistas, algún otro nombre ilustre como Jorge Juan o Cervantes, ¿tiene más que ver con el amor al conocimiento o con el recato de sus vidas?
Se dan las dos cosas. Por lo general, el hombre bueno suele ser recatado, hace poco alarde de su bondad y de su trabajo, incluso, y, en este caso concreto, hombre bueno es aquel que tiene -digamos- una especie de patriotismo cultural en el sentido noble de la palabra, porque se ha abusado tanto de la palabra patriotismo que se ha teñido de basura… cuando hablo de ‘patriotismo cultural’ me refiero a aquel que cree que la cultura, la educación, los libros, la razón, las luces, hacen mejor a sus conciudadanos y, por tanto, su propia vida y la de todos los demás. Es decir, el patriotismo cultural profesa la cultura como fe.
Pero hoy en día, la cultura está supeditada a la política…
Ese es un gran problema, porque la política tendría que estar supeditada a la cultura, no a la inversa; la política es un mecanismo para llevar la cultura a la gente y no al revés, como ocurre por lo general. Nunca ha sido la política un instrumento de la cultura, pero en el siglo XVIII estuvimos a punto de conseguirlo; había hombres buenos que creían que con una cultura, con una educación, unas luces llevabas al pueblo, el pueblo sería mejor. Estos hombres buenos creyeron que era posible, y contribuyeron a ello desde su modesta parcela de hormiguitas (escritores, filósofos, enciclopedistas, académicos), y estuvieron, como te digo, a punto de conseguirlo.
¿Qué falló?
Que España es un país históricamente maldito, con una serie de lacras o taras que se pueden resumir groseramente en las palabras ‘trono’ y ‘altar’; eso impidió que el propósito de esos hombres buenos prosperara. Mira la Guerra de la Independencia, el XIX con sus convulsiones, la Guerra Civil española… se fue todo una y otra vez al carajo. Y así estamos, viviendo las consecuencias de esa derrota de los hombres buenos.
¿Todavía hay quien sigue intentándolo?
Sí, hay muchos hombres buenos que siguen luchando contra esos molinos de viento que son la palabra España en su sentido más siniestro, más antiguo.
De las conversaciones que mantienen el almirante y el bibliotecario, rescato una de ellas en que el primero zanja: “se trata de cumplir las reglas, la vida te sitúa ante ellas, se asumen, se cumplen y punto”. Esto de hacer lo que hay que hacer, en un momento –hoy en día- en el que parece que nadie da un paso sin haber calculado previamente su rédito, no sé si se entenderá…
Claro, es verdad que habrá quien no lo entienda… pero no puedo hacer una novela del XVIII conceptualmente del XXI, tengo que manejar esos valores, los que había, con los que se manejaban estos hombres buenos. El que quiera entender que estudie, porque estamos hablando de otras cosas, de otro tipo de reglas, de humanidad, de cultura…
Los españoles, ¿seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos?
Sin duda, quizás todo venga de ocho siglos de luchar contra el moro, de muchos siglos de Inquisición, quizás de ahí, junto con otras razones, hoy, en el siglo XXI, eso explica por qué no usamos la palabra ‘adversario’ y utilizamos siempre ‘enemigo’. Aquí siempre hay enemigos, políticos, vecinales, de los que sea. Al enemigo no se le quiere vencer ni convencer sino exterminar, ejecutarlo, borrar su memoria… así nos va. Eso, unido a la necesidad de etiquetar, de juzgar, del ‘estás con nosotros o contra nosotros’, que no se da en otro lugar como en España, esa incapacidad para manejarse en la escala de grises, es lo que nos hace comportarnos así. ¿Qué ocurre? Que ese violento maniqueísmo tan español en el siglo XVIII era comprensible por la incultura. Esta novela es una demostración de que el único antídoto contra la estupidez es la cultura, pero entonces la gente no tenía acceso a la educación, por tanto estaba justificado que el español fuera una mala bestia, en el XVIII o el 36, pero ahora no, ahora hay medios (televisión, cine, bibliotecas, internet) educación obligatoria… cualquiera puede elegir entre ver ‘Sálvame’ o ver otra cosa. Ahora ya no existe justificación, si alguien es una mala bestia estúpida, irracional, es porque quiere serlo, ahora somos responsables de nosotros mismos. No quiero ir más allá.
Mientras departen los protagonistas sobre Moratín, el bibliotecario dice que “los españoles somos un pueblo triste”.
Y lo somos, sobre todo entonces. Si lees libros de viajes de autores extranjeros te das cuenta de que la imagen de España es desoladora, triste, melancólica, pobre, orgullosa, arrogante. Es verdad, se dice que somos alegres, pero es mentira, escarbas en nuestra historia y somos melancólicos y tristes, como si soportáramos una maldición histórica. Habíamos salido de eso, remontamos a finales del XX, pero hemos vuelto caer en la tristeza, la melancolía y la amargura. A veces pienso en esa especie de maldición, fruto de la herencia tan larga de altar y corte, en los estragos a los que nos ha conducido, a las heridas provocadas. La gente piensa que todo comienza con Franco y la Guerra Civil, pero no tienen ni idea, todo empieza con la invasión de los romanos, con los visigodos, los árabes, los cristianos, los Austrias… Esa maldición se repite y somos incapaces de salir del pozo. Esta novela es una manual para salir del pozo.
Suena casi a libro de autoayuda…
¡Ni hablar! No, este libro habla de gente muy diferente que camina junta, con buena fe, buena voluntad, hablando, creando lazos solidarios que llegan hasta lo heroicos. Porque estos hombres buenos son pequeños héroes, hasta el malo tiene un aspecto heroico. La cultura como ves, la educación, propicia el diálogo, el único mecanismo de salvación. Como no dejamos nunca a los hombres buenos que actúen, fracasamos. Siempre te piden que te definas, eres del Betis o del Sevilla, del Madrid o del Atlético, de Podemos o del Partido Popular, vasco o catalán… yo soy de mi biblioteca, hay días que soy de una cosa, otros de otra… ese radicalismo, esa vileza clasificatoria es muy española.
Hablemos de esos simbólicos malos hombres, esos dos académicos que tratan de que fracase la aventura…
Los malos son los que simbolizan los dos venenos de esta España nuestra, la reacción más vil e infame de trono altar y sacristía, ese oscurantismo cerril, malintencionado, que bendecía pelotones de fusilamiento y cadalsos, y esa izquierda demagógica, utópica, irresponsable, pedante, arrogante, inaplicable a la realidad. Esas dos Españas extremas se necesitan porque una justifica la existencia de la otra, son cómplices en su vileza, y cogen en medio a toda la masa de hombres buenos, por eso son tan importantes esos dos personajes malos, viles, porque explican España mucho mejor que cualquier otra cosa. La Constitución de 1812 era estupenda, pero inaplicable. Ese distanciamiento de la realidad tan de la izquierda extrema y esa vileza de la derecha más ruin son las que han estado desgarrando siempre esto, y en medio la pobre gente que por incultura, inocencia o ingenuidad ha sido machacada por los unos y por los otros.
Le pongo la hache a los hunos y los hotros, por mentar a Unamuno, que era un hombre bueno…
Exactamente, exactamente, lo dijo muy bien.
Sin embargo, esta novela no deja de ser optimista…
Sí es extraño, porque soy un escritor bastante pesimista, pero esta es mi novela más optimista, a pesar de todo siempre hay hombres buenos que, cuando te sientas a escucharlos, pueden hacer mejor tu vida y la de tus compatriotas, gracias a ese patriotismo cultural del que te hablaba, tan importante. Hacer mejores a tus conciudadanos con la cultura es la tarea más noble posible.
Centrémonos en el abate, ese personaje que por momentos, y a zarpazos, se hace entrañable…
Es otro personaje muy español, está basado en el abate Marchena, figura muy interesante, fue revolucionario, representa el fanático pero honrado, porque los hay, los peores, fanáticos deshonestos. El abate es el clásico hombre disparatado, que te mete en líos tremendos… que el almirante y el bibliotecario vayan por París de la mano de ese majara me permitía introducir situaciones muy divertidas.
Y un último, el pérfido Pascual Raposo…
Es un personaje muy revertiano, un clásico de todas mis novelas, de tonos de grises, al que conozco muy bien porque he vivido entre malos de esos y, en cierto modo, yo, cuando soy malo, soy un malo de esos.
Como el abate Bringas, o el propio escritor Pierre Choderlos de Laclos, que también aparece en la novela, ¿usted formaría parte de un gobierno revolucionario?
No, ni cuando era joven ni ahora, que tengo 63 años, canas en la barba, y he vivido 21 años de guerras. Soy de los que están en casa, en la biblioteca, mirando por la ventana y escribiendo para que a otros lo que escribo le sea útil. Mi forma de contribuir a que esto cambie es escribir novelas como esta.
¿Ni siquiera el padre Feijoo está a la altura de D’Alembert y Diderot?
No… En España estaba la estaca levantada continuamente, en cuanto alguien descollaba tropezaba siempre con lo mismo, con el dogma. Cuando Jorge Juan escribe su ‘Viaje a la América Meridional’, un libro científico traducido a todas las lenguas, obra fundamental del XVIII, desde luego científicamente la más importante, la Inquisición le dice que es heliocentrista y le obliga a cambiar conceptos científicos…Cada vez que en España aparecía la razón, el poder bajaba la estaca y acojonaba a todos. Nuestros Rousseau, D’Alembert y Diderot, que los hubiéramos tenido, nunca se atrevieron a abrir la boca, así que no pasamos de Jovellanos, Moratín y Cadalso. También Feijoo, por supuesto.
Le cito a modo de pregunta: ¿“Lo que perjudica la belleza moral aumenta la belleza poética”?
Sin duda, la gente moral es muy aburrida, sobre todo cuando predica. La vida me ha puesto a veces junto a un moralista de esos que quieren que tú lo seas, es un aburrimiento, aburre al santo Job. Donde hay vicio, perturbación, incluso violencia, amoralidad, trasgresión, ahí está el interés de las cosas. Ocurre como con el lenguaje, ¿dónde evoluciona el lenguaje de un modo más interesante? En las cárceles, porque se necesita utilizar un argot para protegerse, y eso genera una osadía lingüística fascinante. Donde hay ilegalidad, ruptura de norma, siempre hay interés; la norma es aburrida.
Aunque salga mal parado, ¿a Rajoy le hará ilusión verse aludido en esta novela?
No hablo de Rajoy en concreto, que también, sino de la figura del presidente del Gobierno, de la dejación que los gobiernos españoles, todos, unos por demagogia idiota y otros por mero analfabetismo, han hecho de la palabra cultura. Los que más creen haber cuidado la cultura se han dedicado a la culturita de diseño, la película de Almodóvar, el desfile de no sé qué, creen que eso es la cultura, pero la cultura es otra cosa, es hacer a la gente más culta para que sea más libre, menos manipulable, educar a los niños en el debate, en el respeto por el adversario, hacerles jugar al ajedrez para que sepan ganar y perder con elegancia… ese tipo de cosas que en España se han dejado de lado. No hablo de Rajoy, que también, hablo del criminal abandono de los gobiernos españoles por la cultura, de siempre. El último intento serio -equivocado o no- por educar al pueblo fue el de la II República. Desde entonces todo ha sido una regresión, un desmantelamiento, un equivocar los conceptos.
Y, por una vez, para hablar de algo tan trágico, deja al margen su mirada despiadada –marca de la casa- y adopta otra más luminosa, más compasiva, en la que cabe la posibilidad de enmendar la plana.
Es cierto, soy muy despiadado, novelas como ‘El pintor de batallas’, ‘La reina del sur’, ‘El francotirador paciente’ son muy duras y amargas; esta vez no, hablo de los hombres buenos, que los hay, con admiración y respeto, y los pongo en valor. No creo que todo esté perdido, aunque sea difícil e improbable, pero quería que el lector creyera que es posible otra España. Desde ese punto de vista es una novela casi romántica en tanto que considera la esperanza.
Pérez-Reverte ¿es un hombre bueno?
No, he vivido demasiadas cosas, he visto demasiadas cosas… tampoco soy un hombre malo… soy un tipo que mira y que cuenta, y el tipo que mira y que cuenta no es malo ni bueno. Soy la voz de los tipos que cuento, a veces soy bueno, a veces soy malo, depende. Mi yo está en mi biblioteca, y es cosa mía.